Associació per l'estudi i la difusió de la psicoanàlisi d'orientació lacaniana, fundada per Cecilia Hoffman. Quadern de bitàcola




miércoles, 7 de marzo de 2018

Reseña de la conferencia de JORGE SOSA: "Adolescencia y psicosis"


Jorge Sosa distribuyó su conferencia en dos batientes, un primer batiente sobre las operaciones primarias del proceso de estructuración psíquica, y un segundo batiente sobre la adolescencia, yendo y viniendo de la neurosis a la psicosis.

TRAGARSE EL VACÍO

Jorge Sosa comenzó señalando un texto temprano de Lacan: “Los complejos familiares en la formación del individuo”. Allí Lacan señala claramente que es la falta del objeto, y no su presencia, lo que moviliza al sujeto, lo que lo empuja a pensar. Cuando el bebé tiene el pecho, se limita a gozar; cuando al bebé se le quita el pecho, entonces piensa, entonces se plantea el problema de qué hacer con la pulsión. El ser humano piensa porque hay algo traumático que rompe su homeostasis. Así empieza a existir el sujeto.

La primera operación de estructuración psíquica es la represión primaria. Resulta fundamental la primera simbolización de la falta. Por ejemplo, en el fort-da, el niño intenta hacerse cargo de la ausencia de su madre, representando esta ausencia en el juego. Repite la desaparición del objeto; pasa de la pasividad a la actividad; se hace amo de la experiencia, subiéndose ya, precozmente, encima del escabel; se hace sujeto. El fort-da es la matriz del fantasma, lo que le permite no estar a merced de lo real. El bebé extrae un significante (ooo, daaa); luego hay otras significaciones que quedan elididas (represión primaria). Simboliza, interioriza la falta. Introyecta un elemento tercero, el significante, entre él y la madre. Allí se establece la alienación primordial. En el fort-da, el sujeto subjetiva algo del deseo del Otro, de ese Otro primordial que no se queda con él, se larga, parece querer otra cosa. En el fort-da hay una primera simbolización del goce del Otro. Tragarse el vacío es lo que le permitirá más tarde pasar por el complejo de Edipo.

EXISTIR, SALIR DE LA POSICIÓN DE OBJETO

En cambio en la psicosis, algo de eso no ocurre, dijo Jorge Sosa.  El sujeto queda atrapado en el circuito, como objeto del goce del Otro. Se trata de un goce mortificante, persecutorio o erotomaníaco: el  Otro o bien le persigue, o bien le quiere. Sea como sea, de él no puede separarse. El sujeto se queda encerrado con la madre, sin un tercer elemento, sin poder sustraer un significante, hacerse representar por un significante y reprimir otro. Si no hay represión, se le presentan todas las significaciones; no adviene el inconsciente. El sujeto queda a merced de lo real. De allí las resonancias, las epifanías, las perplejidades que se producen en la psicosis –intrusiones de lo real, cosas no simbolizadas, a las cuales el sujeto responderá en un segundo tiempo, o bien con el delirio, o bien con el lenguaje de órgano, o bien con la construcción de un borde, etc. El problema es existir, salir de la posición de objeto.

UN DESORDEN EN LA JUNTURA MÁS ÍNTIMA DEL SENTIMIENTO DE LA VIDA

A continuación Jorge Sosa planteó el problema el problema del narcisismo y la identificación primaria, segunda operación en el proceso de la estructuración psíquica. El pequeño neurótico se identifica a las palabras de la madre; desea ser el objeto que colme el deseo de la madre, su falo. En cambio, en la psicosis el sujeto no se pone en el lugar del objeto de deseo del otro, sino como objeto del goce del Otro. No es que en la neurosis el narcisismo del sujeto sea consistente, pero va tirando más o menos. En cambio, en la psicosis hay un defecto narcisístico grave. 

Jorge Sosa señaló una diferencia entre Freud y Lacan. Para Freud, en la psicosis hay una regresión al narcisismo, un plus narcisístico. En cambio, para Lacan, en la psicosis hay un menos narcisístico, “un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”. Por ejemplo, cuando a James Joyce le pegan unos camaradas, a él ni siquiera le importa, no se lo reprocha. El joven James no ama su cuerpo. 

El sujeto psicótico tiene un defecto narcisístico que ha de reparar de alguna forma. Schreber lo hace por medio de la megalomanía –lo imaginario se desata en la psicosis fuera de los límites simbólicos. Joyce lo hace con un ego de suplencia: se construye un ego, se monta la película de que va a ser “el Artista”. Lo cual le permite socializarse, engancharse al Otro. No se limita a escribir y gozar autoeróticamente de la lengua, sino que publica. Se hace representar por su Obra ante el otro. Se inscribe en lo social.

EL PADRE, UN ARTIFICIO PARA RENUNCIAR AL GOCE PERDIDO

A continuación Jorge Sosa planteó la tercera y la cuarta operación de la estructuración psíquica del sujeto: el Edipo y la castración. Si hay complejo de Edipo y de castración (neurosis), la pulsión autoerótica se hace sexual, conecta con otros, conecta con la función fálica. El sujeto subjetiva la pérdida, conectándola con la diferencia sexual. Todos los objetos parciales se ponen en línea con el falo, vienen a representar el objeto perdido, de la falta fundamental.

Hay una diferencia importante entre Freud y Lacan respecto a la concepción de la función paterna. Para Freud, el padre está del lado de la prohibición; el padre prohíbe gozar. “De eso que yo estoy privado, él goza”, piensa el neurótico, creyendo al Otro completo. En cambio, para Lacan, el padre no está del lado de la prohibición, sino del permiso. Es un artificio para renunciar al goce perdido. El padre permite otro goce, el deseo. Da su versión del goce, de cómo gozar de una mujer. El padre socializa el goce, el cual deja de ser autista. Esta versión sirve tanto para el varón como para la mujer, tanto para el heterosexual como para el homosexual –pues para él/ella también está la dimensión heterosexual en juego. Con la función paterna el goce perdido se recupera en la escala invertida del deseo. Para desear hay que perder algo: renunciar a ser el falo para poder tenerlo, o bien para desear tenerlo por medio del hombre o del niño. La mujer necesita del Otro, para poder asomarse al misterio de la feminidad. En definitiva, el padre anuda lo real del goce pulsional con lo simbólico; y permite inscribirse en la cadena simbólica de las generaciones. Mas el goce de la mujer queda forcluido –inefable e insimbolizado. El padre –versión del goce– no es más que un  síntoma: suple la imposibilidad de la relación sexual. Cuando no hay padre, hay otros síntomas. Entramos en el campo de las psicosis. Ojo, precisó Jorge Sosa, la estructura no es la enfermedad, sino que queda revelada con la enfermedad. A continuación, pasó a tratar la cuestión de la adolescencia.

EL ADOLESCENTE, CONFRONTADO AL VACÍO

El tiempo de la adolescencia, en el cual se desatan con virulencia las exigencias del otro social, las de lo pulsional y el cuerpo, es un tiempo de crisis. Exige una nueva armadura, dijo Sosa. ¿Con qué cuenta el adolescente?

Si tiene una estructura neurótica contará con un recorrido: (1) habrá perdido algo, (2) se habrá identificado narcisísticamente con el falo, (3) habrá asumido no serlo (complejo de castración) y (4) podrá contar con la versión del padre, la père-version. Este es el recorrido expuesto en la primera parte de la conferencia; éstas son las operaciones primarias del proceso de estructuración psíquica: represión primaria, identificación primaria, complejo de castración y Edipo.

En cambio, el adolescente con una estructura psicótica se ve confrontado al vacío: ¡tiene que tomar decisiones, tomar la palabra! ¿Cómo?, si el sujeto psicótico no tiene deseo, no se ama a sí mismo más que a cualquier otra cosa, tiene dificultades para hacer el duelo del objeto primordial –que no ha perdido, dijo Jorge Sosa, exponiendo con claridad meridiana la coyuntura de crisis de la adolescencia. Si no se anuda una suplencia, podrá venirse abajo todo el edificio. La catástrofe, el trauma, puede ser grave, vivida como una muerte subjetiva.  Pueden entonces surgir síntomas más o menos discretos: desconexión de los amigos, perplejidad, o bien, finalmente, fenómenos elementales más pesarosos.

Puede el sujeto responder a la catástrofe de formas diferentes. Puede reconstruir su relación con el mundo a través del delirio, la emasculación (en la paranoia); con el lenguaje de órgano, donde un órgano condensa el goce y se separa de él (en la esquizofrenia); construyendo un borde para separarse del otro (en el autismo), como señala Eric Laurent, etc., etc. El autista no quiere saber nada del Otro; no habla. Se defiende de la polisemia del lenguaje, que le abruma. Al no haber represión, escucha todo el lenguaje, todas las significaciones. En el Otro no está el objeto de su deseo; lo tiene él "en el bolsillo". "No quiere nada de ti, él está preocupado con sus cosas...", explicó Sosa de forma llana. Le agradecemos enormemente que vuelva al Grupo de psicoanálisis del Garraf, a explicarnos conceptos muy complejos y abstractos con su estilo tan desenfadado y diáfano, de una claridad y una concreción pasmosas.

Alín Salom

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